Por María Emilia Vignau
Estamos viviendo tiempos locos, que nos obligan a distanciarnos físicamente y encerrarnos en nuestras casas para protegernos de un enemigo invisible. En momentos de tanta incertidumbre buscamos unirnos, solidarizarnos y aportar nuestro granito de arena. Extendemos lazos a través de las redes sociales para sentirnos más cerca, aunque nos falte el abrazo.
Estos días estuve reflexionando, leyendo, hablando con distintas personas y nutriéndome. Entendí y reafirmé que el arte es una de las formas de comunicación más puras que existen, porque nos conecta con el alma y nos ayuda a expresar, a denunciar, a resistir, a seguir viviendo y a construir un mundo infinito de sentidos.
Hace unos días empecé el curso online What is contemporary art? del MOMA @themuseumofmodernart y me encontré con una obra que no sólo me impactó, sino que me emocionó de una manera que no puedo explicar con palabras. En el año 2009, los arquitectos Ronald Rael y Virginia San Fratello comenzaron a trabajar en un proyecto sobre las aristas humanísticas, culturales y ambientales que componen al muro que se encuentra en la frontera entre Estados Unidos y México. Su idea consistió en instalar sube y bajas, con el fin de traspasar -literalmente- el muro.
Según Rael, “el muro y la desafortunada política del muro, no solo separa países, sino también regiones, ciudades, vecindarios, familias y a los niños de sus padres. Los balancines, de color rosa brillante, unieron a las personas para mostrar que puede haber igualdad y alegria a través de las conexiones que hacemos a lo largo de la frontera”.
El arte, una vez más, fue el nexo que nos ayudó a sentirnos más cercanos.
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